Durruti


El 20 de noviembre de 1936 muere Buenaventura Durruti en el frente de Madrid, en plena Guerra Civil española.

Su muerte es un interrogante histórico, un suceso con estigmas de traición, cuyo principal sospechoso era el PCE

Buenaventura Durruti, quizás de los más grandes anarquistas que jamás hayan existido, murió hace setenta y un años, con un impacto de bala en el corazón. El diagnóstico de los cuatro doctores que le vieron en la madrugada fue una hemorragia pleural.

Después de la muerte de Durruti, el PCE desatará pocos meses más tarde una brutal persecución contra los anarquistas que no sólo liquidó la Revolución, sino que fue el comienzo del fin de la propia República que aseguraban salvaguardar.

Trasladado a los sótanos del hotel Ritz, entonces Hospital de las Milicias Confederadas de Cataluña, se le apreció una herida de bala, mortal de necesidad. Durruti agonizó toda la noche, muriendo hacia las cuatro de la mañana del día 20, más o menos a la hora en que era fusilado José Antonio en Alicante.

¿Represalia de los quintacolumnistas?, ¿falta de previsión de quien conducía el coche?, ¿o fue uno de sus hombres el asesino?.

Hay quien dice que fue un fatal accidente producido al disparársele, a Durruti su propio "naranjero"(versión española del subfusil Schmeisser MP28 II), otras apuntan a que pudo ser asesinado por agentes estalinistas.



Joan García Oliver, compañero de Durruti desde los tiempos de los solidarios, explica en su libro biografico "El Eco de los Pasos", que nunca quiso creer está historia pues Durruti nunca en su vida usó naranjero. Otros opinan que fue una bala perdida.

Una de las últimas versiones es la declaración de Antonio Bonilla, amigo y acompañante de Durruti hasta su muerte. Según esta versión, Durruti fue muerto por el sargento de artillería José Manzana. Es una historio un poco extraña que hay que recoger con reservas.

El tal Manzana, que fue campeón olímpico de tiro con pistola, salió del cuartel de Atarazanas en pleno tiroteo y se unió a los milicianos de Durruti. Desde el primer momento fue su consejero militar y hombre de confianza. Llevaba siempre consigo un "naranjero" y acompañaba aquel día 19 a su jefe en el coche. Que se sepa, no pertenecía a ninguna organización o partido y, por supuesto, tampoco a la CNT. Como en las novelas policíacas, falta el móvil. Y queda en el aire la duda de si el arma de Manzana se disparó por accidente o fue un disparo intencionado.



EL ENTIERRO DE DURRUTI



El día 22 es trasladado a Barcelona, y es enterrado el 23 de noviembre. Su cortejo se convierte en una inmensa manifestación, según la prensa del día, se congregan más de medio millón de personas alrededor de su ataúd, cubierto con banderas rojinegras. Desde el principio fue evidente que la bala que había matado a Durruti había alcanzado también el corazón de Barcelona. Se calcula que uno de cada cuatro habitantes de la ciudad había acompañado su féretro, sin contar las masas que flanqueaban las calles, miraban por las ventanas y ocupaban los tejados e incluso los árboles de las Ramblas. Todos los partidos y organizaciones sindicales sin distinción habían convocado a sus miembros. Al lado de las banderas de los anarquistas flameaban sobre la multitud los colores de todos los grupos antifascistas de España. Era un espectáculo grandioso, imponente y extravagante; nadie había guiado, organizado ni ordenado a esas masas. Nada salía de acuerdo a lo planeado. Reinaba un caos inaudito. El comienzo del funeral había sido fijado para las diez. Ya una hora antes era imposible acercarse a la casa del Comité Regional Anarquista.

Los obreros de todas las fábricas de Barcelona se habían congregado, se entreveraban y se impedían mutuamente el paso. A las diez y media, el ataúd de Durruti, cubierto con una bandera rojinegra, salió de la casa de los anarquistas llevado en hombros por los milicianos de su columna. Las masas dieron el último saludo con el puño en alto.

Entonaron el himno anarquista "Hijos del pueblo". Se despertó una gran emoción. Las motocicletas rugían, los coches tocaban la bocina, los oficiales de las milicias hacían señales con sus silbatos, y los portadores del féretro no podían avanzar. Los puños seguían en alto. Por último cesó la música, descendieron los puños y se volvió a escuchar el estruendo de la muchedumbre en cuyo seno, sobre los hombros de sus compañeros, reposaba Durruti.

Pasó por lo menos media hora antes que se despejara la calle para que la comitiva pudiera iniciar su marcha. Transcurrieron varias horas hasta que llegó a la plaza Cataluña, situada sólo a unos centenares de metros de allí. Los jinetes del escuadrón se abrieron paso, cada uno por su lado. Los coches cargados de coronas dieron un rodeo por las calles laterales para incorporarse por cualquier parte al cortejo fúnebre. Todos gritaban a más no poder.

No, no eran las exequias de un rey, era un sepelio organizado por el pueblo. Nadie daba órdenes, todo ocurría espontáneamente. Reinaba lo imprevisible. Era simplemente un funeral anarquista, y allí residía su majestad. Tenía aspectos extravagantes, pero nunca perdía su grandeza extraña y lúgubre. Los discursos fúnebres se pronunciaron al pie de la columna de Colón, no muy lejos del sitio donde una vez había luchado y caído a su lado el mejor amigo de Durruti.

Se había dispuesto que la comitiva fúnebre se disolviera después de los discursos. Sólo algunos amigos de Durruti debían acompañar el coche fúnebre al cementerio. Pero este programa no pudo cumplirse. Las masas no se movieron de su sitio; ya habían ocupado el cementerio, y el camino hacia la tumba estaba bloqueado. Era difícil avanzar, pues, para colmo, miles de coronas habían vuelto intransitables las alamedas del cementerio. Caía la noche. Comenzó a llover otra vez. Pronto la lluvia se hizo torrencial y el cementerio se convirtió en un pantano donde se ahogaban las coronas. A último momento se decidió postergar el sepelio. Los portadores del féretro regresaron de la tumba y condujeron su carga a la capilla ardiente. Durruti fue enterrado al día siguiente".

Para terminar, algo muy poco conocido y que demuestra hasta qué punto fue cruel nuestra guerra civil. Durruti tuvo dos hermanos falangistas, Manuel y Pedro. El primero se afilió a Falange en León y murió, se ignora cómo, por "haberse negado a prestar un servicio que probase su lealtad a la causa nacionalsindicalista". ¿Qué servicio podría ser el exigido a Manuel que prefirió la muerte a llevarlo a cabo?. El segundo, Pedro, antiguo militante de Falange, murió fusilado por los republicanos.

Un año después, en la conmemoración del aniversario de su muerte, la todopoderosa máquina de propaganda del estalinista gobierno Negrín trabajó a pleno rendimiento para atribuirle la autoría de un slogan, inventado originalmente por Ilya Ehrenburg, y respaldado después por la burocracia de los comités superiores de la CNT-FAI, en el que le hacían decir lo contrario de lo que siempre dijo y pensó: "Renunciamos a todo, menos a la victoria". Esto es, que Durruti renunciaba a la revolución.




----Extracto de una entrevista de la época a Durruti-----


“Aun cuando ustedes ganaran, iban a heredar montones de ruinas"

Durruti pareció salir de una profunda reflexión, y contestó suavemente al periodista pero con firmeza:

-Siempre hemos vivido en la miseria, y nos acomodaremos a ella por algún tiempo. Pero no olvide que los obreros son los únicos productores de riqueza. Somos nosotros, los obreros, los que hacemos marchar las máquinas en las industrias, los que extraemos el carbón y los minerales de las minas, los que construimos ciudades...¿Por qué no vamos, pues, a construir y aún en mejores condiciones para reemplazar lo destruido? Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia.

Pero -le repito- a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque
LLEVAMOS UN MUNDO NUEVO EN NUESTROS CORAZONES


No hay comentarios: